Pasaron 500 años desde que Tomás Moro escribiera la obra que preservaría su nombre dentro de la memoria colectiva de la humanidad, Utopía. Misma palabra que usamos a diario para significar lo ideal, lo que queremos alcanzar, como personas, individuos y como comunidad. Es la entelequia aristotélica que nos impulsa a ser mejores y querer mejorar las cosas, siendo conscientes del impacto positivo que eso produce en nuestro medioambiente natural y social.
Con ese espíritu, los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que las Naciones Unidas impulsaran para el período 2015-2030, como un nuevo impulso renovado de los objetivos de desarrollo del milenio (2000-2015), son en su conjunto la primera gran iniciativa global para transformar el mundo en un lugar mejor, emanada del principal organismo multilateral moderno como es la ONU, producto de la pos Segunda Guerra Mundial.
Desde combatir la malaria en África subsahariana, promover el cambio de matriz energética en China, impulsar la educación infantil a niñas en Mozambique, promover el diálogo para el desarrollo en Colombia, generar innovación en Melbourne, hacer de Roma una ciudad sostenible y cuidar la vida submarina del océano Ártico; son algunos de los problemas que se buscan solucionar desde los 17 objetivos de desarrollo sostenible, aplicables al mundo entero.
Todos estos esfuerzos tienen en común a las 193 naciones representadas en las Naciones Unidas, en los ODS y en millones de personas comprometidas en un esfuerzo global común, desde jefes de Estado y de gobierno, pasando por líderes sociales, hasta maestros de escuela, todos pueden hacer su aporte en la construcción de un mundo mejor.
La etapa iniciada en el comienzo del segundo milenio le permitió a la sociedad global reconocer, en primer lugar, los problemas endémicos a nivel mundial, investigar, diagnosticar y diseñar programas para paliar el impacto negativo para el mundo y sus habitantes.
Se abordaron problemas y situaciones que reducían, y lo siguen haciendo todavía, la dignidad de las personas e impedían el reconocimiento pleno de sus derechos, por ejemplo, para el año 2013, más de 757 millones de personas, de las cuales dos tercios eran mujeres, no sabían leer ni escribir. O situaciones en las cuales se han dado importantes avances en el derecho más básico como es el de la vida; para el año 2015 se evitó la muerte de 17 mil niños por día, teniendo como referencia la década de 1990, reduciendo la tasa de mortalidad de niños menores de 5 años a menos de la mitad; se logró firmar el protocolo de Kyoto contra el cambio climático, para reducir las emisiones de los seis principales gases que son los causantes del calentamiento global; se desarrollaron soluciones a problemas de salud que afectaban a millones de personas, sobre todo en las regiones del orbe consideradas en desarrollo, poniendo luz sobre antiguos y desatendidos males, como el paludismo, que sólo en el año 2015 concentró el 89% de todos los casos a nivel mundial en África del sur, en los países que no limitan con el Mediterráneo. Sobre todo, se tomó conciencia de la responsabilidad del ser humano sobre el planeta que habitamos y su gente.
La Argentina no está exenta de este compromiso, ni quiere estarlo; cada vez observamos con más asiduidad anuncios, programas y actividades, desde la gestión gubernamental, la sociedad civil y el sector privado, que se enmarcan y se relacionan con los ODS y su impacto directo en la vida de miles de argentinos. Como los parques de energía solar en Jujuy, el mejoramiento del sistema alimentario escolar en la provincia de Buenos Aires, el desarrollo de sustentabilidad en el sector turístico en Misiones o los marcos normativos de protección de la vida submarina de las provincias patagónicas.
Todos estos son esfuerzos que en su conjunto significan que es posible un mundo mejor, no solamente en la utopía literaria o en el plano de las ideas, sino en la gestión real, seria y concreta, encarnada por personas y liderazgos que deben reflejar en su testimonio esos valores, siendo el carácter de bondad una condición sine qua non para llevar adelante la titánica tarea de pasar del deseo a la acción.
El autor es director ejecutivo de la Fundación Pro Humanae Vitae.